Ludwig van Beethoven
Nació en diciembre de 1770 en la ciudad de Bonn, Alemania. No se sabe el día exacto de su
nacimiento, aunque se cree que fue el día 17.
Su padre era músico y tenor de la corte, y su madre cocinera de la corte. Tuvo 6 hermanos.
Tuvo una infancia dura y triste. Su padre quería que Beethoven fuera un clon de Mozart, así que lo obligaba violentamente a practicas horas tras horas con el piano. Además, en la escuela sacaba malas notas y los demás niños le molestaban.
Dejó el colegio con 10 años para enfocarse enteramente a la música. Viajó a estudiar a Viena, donde aprendió a tocar el piano, órgano y violín de grandes maestros, como Haydn. También filosofía y composición.
Beethoven fue uno de los primeros compositores que no trabajaban para un patrón. Hace conciertos, da clases y publica sus obras para vivir bien económicamente durante toda su vida.
En 1796 comienzan los primeros síntomas de sordera. Tenía también un mal temperamento: era gruñón, borde, desaliñado en su cuidado y discutía continuamente con todo el mundo. Pero también era muy perfeccionista por lo que su catálogo de obras no es tan abundante. No llegó a casarse nunca.
¿Cómo podía componer siendo sordo? Con 30 años se piensa que ya había perdido el 60% de su audición. Se deprimió y casi se suicida.
Como no oía bien desarrolló sus otros sentidos, además ayudó a inventar objetos para mejorar su audición y el metrónomo.
Murió en Viena con 56 años el 26 de marzo de 1827 después de meses de enfermedad y dolencias. A su funeral asistieron 20.000 personas
9º Sinfonía
El 7 de mayo de 1824, Viena vivía con expectación la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. El motivo: el estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, hoy informalmente conocida como la Novena. Toda Viena sabía que Beethoven, considerado entonces el más grande de los compositores, estaba completamente sordo.
El público que abarrotaba la sala contempló con reverencia cómo se colocaba tras el director de orquesta y seguía el estreno en una copia de la partitura, imaginando en su mente lo que los demás escuchaban.
Al finalizar el concierto estallaron los aplausos de un público conmocionado por lo que había visto y escuchado. La Novena era extraordinaria, no solo por su duración y magnitud instrumental, sino porque incorporaba un nuevo elemento: en el último movimiento intervenían cuatro solistas y un coro, que interpretaban el poema Oda a la Alegría, de Friedrich Schiller. Beethoven seguía enfrascado en su partitura cuando la ovación empezó y no reparó en ella, ni en los pañuelos que se agitaban en el aire, hasta que una de las solistas le alertó, tocándole suavemente el brazo. Solo entonces se inclinó y saludó a sus admiradores por última vez.
Vamos a escucharla.
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